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La Monstruosa.

Casi nunca voy a cenar a ese tipo de lugares, no por que estén en la calle ni nada por el estilo. Estoy convencido de que los puestos de la calle tienen algo que le da un sabor inigualable a la comida, algo que no encontrarás jamás en el restaurante más finolis de la Ciudad. Tal vez sea la tierra del ambiente o el esmog de los camiones que pasan por el rumbo, no lo sé.

Casi no ceno en ese tipo de lugares por que me molesta comer al aire libre, no tengo una explicación muy específica, tal vez sea el ruido de los autos, o que la comida se te enfría demasiado rápido.

Pero aquella noche tenía antojo de una hamburguesa al carbón, podría haber ido a un establecimiento cerrado, pero ya tenía mucha hambre, tenía que manejar una distancia considerable para llegar y además era tarde. Así es que decidí cenar ahí mismo. Estacioné mi coche y caminé  hasta el puesto de lámina. No había mucha gente, solo una pareja de ejecutivos que hablaban sobre problemas laborales, por la plática deduje que trabajaban en un banco.

Me senté y ordené.

-Una hamburguesa por favor.

El dependiente sacaba unas papas de la freidora, alzó la vista, me miró y señaló con un gesto una manta que decía todas las especialidades de hamburguesas que tienen.

-¿De cuál hamburguesa quiere Don?

Miré la larga lista, no analicé mucho, sentí la mirada del dependiente, sentí como si me estuviera juzgando, como si pensara: “Rápido que tengo prisa de atenderte por que ya me quiero ir”. Pedí la más sencilla y él se dispuso a prepararla, sacó la carne de una hielera y la puso en la parrilla.

Mientras escuchaba el sonido de la carne asándose sobre la parrilla volví la mirada a la manta de especialidades y noté una promoción que decía: “El reto. Si te comes dos monstruosas y dos refrescos en media hora no pagas nada.”

-¿Qué tienen las monstruosas?- pregunté.

-De todo Don, traen doble carne gigante, doble tocino, doble jamón, queso amarillo y queso Oaxaca, doble rodaja de piña, guacamole y todos los vegetales. Y se sirven en pan grande.

-Y ¿A poco si ha habido quien hace el reto?

-Si, ya habido Don, unos pocos pero si han habido.

-¿Se tragan en media hora dos de esas?

-Si Don, si no es en media hora no cumplen el reto.

Tenía un sonsonetito al hablar, se veía cansado pero contestaba muy amablemente.

-¿Y qué? Han de ser gordos los que lo han hecho ¿no?

-No eh, fíjese que los gorditos no la arman, no llegan.

Comenzó a soltarse un poquito, como si hubiera pasado todo el día callado y tuviera ganas de comunicarse con alguien.

-El último gordito que intentó era un chavo así- y extendió sus brazos como para mostrarme las dimensiones del gordo- no le miento. Yo creo ha de haber pesado como unos 130 kilos. No, yo dije “este sin broncas se lo echa, y hasta en veinte minutos”. Empezó macizo, como en diez minutos ya se había acabado una, pero se la zampó sin ningún refresco. Pienso que su error fue comer muy rápido. Empezó la segunda y no llegó ni a la mitad, y todavía le faltaban los dos chescos.

Yo abrí los ojos en señal de impresión, pero no dije nada más. El muchacho, sin que se lo pidiera continuó hablando.

-No Don, los que la arman son más bien los que están así, tronados, los que se ve que hacen ejercicio. A mí me ha tocado ver dos veces que hacen el reto y las dos veces han sido chavos asi, trabadones. Tampoco están súper inflados ¿eh? Osea, no son como fisicoculturistas, pero se ve que van al gimnasio y toda la onda.

Me platicaba con oficio, casi con el mismo oficio con el que asaba la carne en la parrilla. La volteaba con maestría, metía la pala debajo y con un movimiento de muñeca la echaba a volar, la carne daba varias vueltas en el aire y caía de nuevo en la parrilla. Después, recargaba su mano en la cintura y supervisaba el cocimiento de la carne.

-Uno de esos que le digo que me tocó ver la hizo como jefe eh. Hasta se me hace que practicó antes. Empezó comiendo bien despacio y no pidió Coca, pidió un Boing, yo creo por el gas ¿no? Yo pensé que no la armaba ni de chiste, se acabó la primera hasta los veinte minutos, le faltaba un refresco entero y la otra monstruosa. No pus no. Pero ¿cómo ve que si? El güey descansó todavía dos minutos y en ocho se aventó de bolada la otra hamburguesa y el refresco. Estuvo cañón.

La carne de mi hamburguesa ya tenía buen color y olía bastante agradable. El dependiente entonces puso el pan en la parrilla para que se calentara un poco y puso una rebanada de queso sobre la carne para que se derritiera. Yo disfrutaba ver la preparación de la hamburguesa, era como artesanal, el muchacho tenía el proceso perfeccionadísimo. Y la verdad, me entretenía la historia, su manera de hablar y contarla, su sonsonete le daba un ritmo bastante agradable a la narración.

-Luego, un muchacho asi flaco como usted. Bueno, osea, no digo que usted sea muy flaco, osea, sí estaba muy flaco el chavo, pero usted no está tanto.

Se incomodó un poco, se dio cuenta de que adquirió una confianza que no le había permitido. Pero no me importó, si soy muy flaco y no me incomoda que me lo digan, entonces sonreí como para cortar la tensión que el dependiente generó. Se relajó y continuó.

-Le digo, estaba flaco flaco, tons yo pensé que no la iba a armar ni de chiste. Llegó con sus cuates, y me pidió bien enérgico el reto ¿no? Pus ya, preparé las hamburguesas y le dí sus refrescos, pum pum. Y empezó a tragar como niño de hospicio y luego le bajó, a los quince minutos ya se había acabdo la primera y el primer refresco, iba bien ¿no? Y siguió con el mismo ritmo con la segunda y el otro refresco pero como a los veinte minutos le bajó…

Mi carne estaba lista, embarró con mayonesa los panes, y metió la carne, luego de una serie de recipientes de metal fue sacando los distintos complementes. Los abría y me miraba esperando mi aprobación, yo le fui diciendo sí a todo. Mi hamburguesa, que supuestamente era la más chica, quedó lista con jitomate, cebolla, piña, chiles, etcétera. Tenía tanta cosa que ni cerraba bien, y todavía faltaba que le pusiera catsup. Menos mal que no pedí las papas fritas. Si así era la chica, no quería imaginar de qué tamaño era la famosa Monstruosa. Y continuaba narrándome la historia.

-…como que se empezó a llenar ¿no? Tonses uno de sus cuates se empezó a burlar de él y que tenía que pagar las chelas y no sé qué. Entonces el flaquito como que se prendió y le empezó a entrar machín.

Yo comencé con mi hamburguesa, era muy rica. No era una hamburguesa gourmet pero algo tenía, no sé si la carne, el pan, los vegetales, o la parrilla, pero tenía un sabor especial. Ese sabor especial que tiene la comida de la calle. Mientras masticaba mi rica hamburguesa el dependiente se acercaba al clímax de la historia.

-Entonces le quedaban 2 minutos y media hamburguesa, yo pensé que ya había valido pero le empezó a dar mordidotas y a dar tragotes al refresco. Ya nomás tenía una masa en el hocico y como podía se la pasaba. Y ¿cómo ve que al final se la acabó? Y ya, pus todos sus cuates le aplaudieron y lo felicitaron y no sé qué y de repente el chavo se empezó a poner blanco blanco, se puso pálido y como que se mareó.

Yo abrí los ojos en señal de sorpresa, interactuando con él, para que supiera que aunque estaba disfrutando mi hamburguesa, disfrutaba también de la historia.

-Y de repente ¿qué cree? Zaz, que guacarea todo. Se le vinieron las dos monstruosas y los dos refrescos.

Yo nunca he sido asqueroso, no me incomodó que comenzara a hablar de vómito mientras yo comía. Seguí con mi hamburguesa.

-Haga de cuenta que vomitó como si fuera manguera a presión, salió volando todo. Yo me alcancé a quitar pero cayó todo sobre la parrilla Don y se escuchó todo el carbón como si le hubieran echado agua y me lo apagó todo. Tuve que cerrar el changarro y no, pus la demás gente que estaba comiendo se asqueó gacho.

Ahí ya me incomodé un poquito más con la historia. La parrilla donde cocinó mi hamburguesa había sido bañada en el vomito de un chavo flaquito. Pero me tranquilicé, supuse que la historia había acontecido hacía mucho tiempo y que habrían cambiado ya la parrilla. Además, mi hamburguesa estaba muy sabrosa, solo quise asegurarme y le pregunté:

-Y esto ¿cuando fue?

-Ayer Don, ¿usted cree?-. y rió un poco.

-Y cambiaron la parrilla ¿no?

-Uy no Don, mi patrón es bien tacaño, pero no se preocupé que le limpié todo con un trapito bien mojado, y ya ve que los gérmenes se mueren con el calor, así es de que… ni se apure.

En ese momento dejé mi hamburguesa en el plato.

-Me la pones para llevar por favor.

 

Al llegar a mi casa el paquete fue directo al bote de basura. Y bueno, desde entonces tengo una razón más para no comer en la calle. Nunca sabes cuándo alguien vomitó en la parrilla en la que cocinan tus alimentos.

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